LOS FOTÓGRAFOS MALDITOS

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Los poetas malditos



Arthur Rimbaud, poeta maldito por excelencia

El término de poeta maldito se acuña en el siglo XIX, siendo Alfred de Vigny el primero en utilizarlo, pues en 1832, en su drama Stello, habla de los poetas diciendo que son “la raza que siempre será maldita para los poderosos de la Tierra”. Sin embargo, el concepto como tal tiene realmente su origen en unos versos de Baudelaire, en el poema Bendición, que encabeza su libro Las flores del mal (1857)
El primero en utilizarlo fue Verlaine, quien en el año 1888 publica con ese nombre un libro de  ensayos con el que quiere homenajear a seis poetas: Tristan Corbière, Artur Rimbo, Stéphane Mallarmé, Marcelin Valmore, Auguste Villiers y "Pauvre Lelian", anagrama del propio  Paul Verlaine . A partir de ahí, el término se fue generalizando y pasó a designar a todos aquellos artistas (de cualquier ámbito) que se consideran marginados de la sociedad, que tienen talento, son provocativos y viven enfrentados a la sociedad.
¿Cuáles son, por lo tanto, las características que ha de tener un poeta maldito? Hay cinco rasgos fundamentales:
  1. Estos artistas abusan del alcohol y las drogas, están vinculados a la locura, el crimen y la violencia, a toda conducta que se oponga a la norma social establecida en la época. Llevan, por tanto, una vida bohemia, opuesta a los valores burgueses y al materialismo.
  2. Realizan un arte libre y provocativo, alejado de las normas establecidas, en el que incluyen temas considerados tabú por la sociedad.
  3. Su obra tiene una difícil interpretación poética, pues son textos herméticos, plagados de metáforas y simbolismos.
  4. Muy a menudo sus vidas acaban trágicamente, con muertes prematuras.
  5. Son artistas incomprendidos, cuyo talento no es reconocido en vida, sino que se hacen famosos póstumamente.

Los poetas malditos de la bohemia parisina retratados por Hernri Fantin Latour en 1872

¿Y quiénes son los poetas que por compartir dichas características han pasado a la posteridad con la etiqueta de poetas malditos? 
A pesar de que, como hemos visto, el término se acuña a finales del siglo XIX y va a estar vinculado, principalmente, a los escritores de la bohemia parisina,  hay que considerar como el primer poeta maldito a François Villon, escritor del siglo XV, ladrón y vagabundo, que escribió su principal obra (La balada de los ahorcados) desde la cárcel, donde estaba condenado a muerte. Al final la pena se le conmutó por el destierro de París, y no volvió a saberse nada de él.
En cuanto a los llamados bohemios, autores adscritos a los movimientos poéticos que se desarrollan en Francia a finales del siglo XIX (el parnasianismo, el simbolismo y el decadentismo), destacan con nombre propio: Charles Baudelaire, Paul Verlaine y Arthur Rimbaud.


Poetas malditos



Pero la nómina de poetas malditos no se acaba ahí, es sumamente amplia, pues además de los citados es frecuente ver este término asociado a escritores como Antonin Artaud, el conde de Lautremont, Gerard de Nerval,John Keats, Óscar Wilde o el mismísimo Edgard Allan Poe. En España, autores como Leopoldo Panero, Alejandro Sawa y Luis Cernuda.
El concepto de poeta maldito se ha extendido también al mundo del rock, vinculada al tristemente célebre Club de los 27, que aglutina a una serie de músicos, consumidores habituales de alcohol y drogas, fallecidos a esa edad, muchos de ellos en extrañas circunstancias: Janis Joplin, Brian Jones – de los Rolling Stones-, Jim Morrison, Jimmy Hendrix, Amy Winehouse y Kurt Cobain representan perfectamente la figura del artista cuya vida se consumió antes de tiempo y que ha pasado a ser leyenda.

Fotógrafos malditos


Cristobal Hara

Foto Colectania recupera a Cristóbal Hara y Rafael Sanz Lobato. Pertenecen a generaciones distintas y desarrollaron sus trayectorias en ámbitos geográficos, sociales y culturales muy diversos, pero ambos sucumbieron a la misma fascinación por una España rural y atávica, desvinculada del tiempo, cuyos ritos y tradiciones inmortalizaron con sus objetivos. Las obras de Cristóbal Hara (Madrid, 1946) y Rafael Sanz Lobato (Sevilla, 1932) ya forman parte de la historia de la fotografía española y, sin embargo, el gran público apenas las conoce. La Fundación Foto Colectania intenta remediar esa laguna con la exposición Trabajos de campo, organizada en colaboración con el Centro Andaluz de Fotografía, que, tras su estreno en Barcelona, la llevará a Almería y Sevilla.
La exposición, abierta al público hasta el 16 de enero de 2010, no tiene carácter antológico ni retrospectivo, sino que ilustra las coincidencias y disonancias en las fotografías de ambos autores a través de dos series representativas de sus trayectorias: Lances de aldea (1985-1989), de Hara, y Bercianos de Aliste (1970-1971), de Sanz Lobato.



Rafael Sanz Lobato

El hecho de retratar los mismos sujetos y lugares contribuye a subrayar las diferencias de enfoque, tanto formal como conceptual, entre "estos dos malditos", tal como les define el director de Colectania, Pepe Font de Mora. Hara, que se crió entre España, Filipinas, Gran Bretaña y Alemania, mantiene siempre cierta frialdad hacia unas imágenes que a menudo extrapola de su contexto para construir narraciones alternativas y personales. En cambio, Sanz Lobato, erudito autodidacta y precoz coleccionista de libros de fotografía, demuestra una actitud más intimista y empática, que le empuja a fundirse con el sujeto retratado. Los rituales paganos y religiosos, procesiones, desfiles, ferias, funerales y el mundo taurino son los trabajos de campo a los que alude el título. Sanz Lobato los inmortaliza con los perfiles nítidos del blanco y negro, mientras que Hara, abanderado de la renovación del documentalismo, abraza el color, cuando aún estaba vetado en el ámbito artístico y sólo se utilizaba para trabajos comerciales.
"Más allá de la diferencia de enfoque, tanto Sanz Lobato como Hara han convivido con la circunstancia de ir a contracorriente, sin dudar a la hora de enfrentarse a un tema tan poco glamouroso como nuestras raíces rurales e imponiéndose a sí mismos una renovación en la forma de mirar el mundo, con la voluntad de encontrar un lenguaje propio con el que expresarse", indica Font de Mora.

FOTÓGRAFOS MALDITOS

Guillermo Zúñiga. Cuenca 1909 - Madrid 2005
Vicente Nieto. Ponferrada 1913-Madrid 2013

Pedro Taracena Gil


Vicente Nieto

La obra de ambos fotógrafos ha irrumpido en 2011, gracias al Ministerio de Cultura y sobre todo a la labor de la Dirección General del Libro, Archivos y Bibliotecas bajo el apoyo de su titular, Rogelio Blanco Martínez. Constatando que había otros Capa y otros Centelles durante la guerra en España y en la post-guerra, sobre todo en Francia. Es evidente que la dictadura y sus herederos han postergado concienzudamente a todo autor de cualquier naturaleza; atribuyéndoles la posibilidad de delatar el genocidio encubierto durante 75 años.
En los años del franquismo, los fotógrafos de provincias retrataron los pueblos y sus gentes a modo de francotiradores. Eran los maquis de la imagen furtiva sin conocimiento de ello. Inconscientes de que estaban registrando la España que oficialmente se ocultaba. Se convirtieron en fotógrafos malditos, puesto que maltita era la causa que retrataban. Fueron los retratistas que hicieron las primeras fotos para el Documento Nacional de Identidad, allá por los años cuarenta; colocando detrás de los retratados una sábana blanca a modo de fondo. El trabajo de estos retratistas se viene recogiendo discretamente en las diputaciones provinciales como libros de autor: Bernardo Alonso Villarejo. Bembibre (León) 1906-1998), Tomás Camarillo. Guadalajara 1879-1954 y como sucede con el resto de la fotografía española, no hay ningún interés en disponer de un censo nacional. Aunque es de justicia manifestar que, en Catalunya se ha cuidado con mayor celo, el conocimiento y divulgación de sus fotógrafos. Otros retratistas se mantuvieron como los fotógrafos de cámara del franquismo, sin problemas con la cultura oficial. El resto de la actividad fotográfica en España, se desarrolla a través de las asociaciones que habían comenzado su andadura a principios del siglo XX. Ejemplo de ellas, la más que centenaria Real Sociedad Fotográfica de Madrid (RSF). Y siguiendo con iniciativas provinciales como la Agrupación Fotográfica de Guadalajara (AFG), ejemplo de asociación albergada bajo los auspicios de instituciones del Movimiento Nacional, como la Obra Sindical, Educación y Descanso y otras variantes. Unas y otras hacían de filtro para que nada eludiera el control de la cultura imperante. De esta conducta exclusiva y excluyente se desprende, que hubo una auténtica pléyade de fotógrafos que fueron marginados por causas ajena a la fotografía. Los presidentes de las sociedades fotográficas, ejercieron hasta bien entrada la democracia como auténticos caciques.


Guillermo Zúñiga

Consultando las hemerotecas y sobre todo la revista Arte Fotográfico, dirigida por Ignacio Barceló, se constata que todas ellas mantenían una especie de federación informal, que servía para autocomplacerse, automotivarse y autoagasajarse. Estos mandos se rodearon de fotógrafos que siempre eran los elegidos, cuando eran requeridos por alguna instancia exterior a la sociedad: concursos nacionales e internacionales, o muestras y eventos fotográficos de cualquier índole. Sólo cuando el acceso del fotógrafo era directo a los jurados de turno, tenían la oportunidad de que su obra fuera valorada y divulgada. Esta conducta marcó la versión oficial de los fotógrafos que debían considerarse como los más representativos. Es preciso aclarar en honor a la realidad histórica, que en Catalunya este control franquista no existió. Aunque nadie podía eludir la férrea censura, no dejaron a ninguno de sus fotógrafos en la cuneta. A cualquier observador no se le escapa que en Catalunya se tomó conciencia de que habían perdido la guerra, y que en lo cultural no quisieron ejercer de franquistas contra sus propios fotógrafos. Mientras en Madrid estaba bien visto que un presidente de una asociación fuera adicto al régimen, Catalunya mantuvo su discreta independencia. Pero lo más grave de este comportamiento es que se prolongó hasta nuestros días; trayendo nefastas consecuencias para la Historia de la Fotografía en España, manteniendo el cliché oficial que aún perdura. La primera década del siglo XX es un buen momento para que el Ministerio de Cultura se haya propuesto crear un Museo Nacional de la Fotografía, que conjuntamente con la Memoria Histórica, se consiga recuperar creativos de la imagen analógica; parcela separada del tratamiento que de la imagen se hace a partir de la obtención digital. No obstante para cumplir este objetivo acechan dos peligros: ¿Dónde está la obra de los fotógrafos malditos, postergados en los años 1950, 60 y 70? Este peligro podría evitarse con la colaboración de: asociaciones fotográficas, historiadores, comisarios, coleccionistas, galeristas, hemerotecas, fundaciones y muesos de arte contemporáneo. Y el segundo peligro es que el Partido Popular gobierne España a partir del mítico 20-N. Sin duda que todo aquello que suponga una amenaza a mantener viva su encubierta militancia franquista, lo arrancarán de raíz. 

El club de los fotógrafos malditos


 Joao Silva

El incidente en el que João Silva perdió parte de las piernas en Afganistán es la última de una serie de desgracias que ha sufrido el Club del Bang-Bang, un grupo de cuatro fotógrafos de guerra reconocidos por su valentía.
El fotógrafo João Silva pensaba desde hacía un tiempo dejar su trabajo como corresponsal de guerra del diario The New York Times. Tras más de 25 años de reportería gráfica, este avezado portugués radicado desde muy pequeño en Sudáfrica repetía a sus amigos que se acercaba la hora de pasar más tiempo
 con sus hijos, pasear en su moto y alejarse de las bombas y de las balas. "Definitivamente no quiero que me hieran. Definitivamente no quiero morir -dijo en una entrevista en diciembre pasado-. Pero he visto a tanta gente caer que no descarto el hecho de que mi turno llegue algún día". Su turno llegó hace una semana, cuando pisó una mina en la provincia afgana de Kandahar que le quitó la parte inferior de las piernas.
¿Por qué no renunci
ó antes? "En parte porque era adicto a su trabajo, en parte porque sentía que tenía la responsabilidad de mostrar al mundo la realidad y en parte porque vivía de eso, y las oportunidades para los fotoperiodistas cada vez son menos", comentó a SEMANA Greg Marinovich, su amigo íntimo y compañero en el Club del Bang-Bang: ese grupo de cuatro temerarios fotógrafos cuyo destino ha estado marcado por los triunfos profesionales y por las tragedias personales. Silva y Marinovich son los dos únicos sobrevivientes del clan que cubrió como nadie los últimos años del apartheid, el sistema de segregación racial que discriminó a la mayoría negra sudafricana entre 1948 y 1994. Los otros dos miembros, Ken Oosterbroek y Kevin Carter, murieron en 1994, durante el proceso democrático que llevó a Nelson Mandela a la Presidencia. A Oosterbroek lo alcanzó la bala de un soldado de un cuerpo de paz en abril; Carter se suicidó tres meses después.


Joao Silva

El Club como tal nunca existió. 'Bang-bang' era la expresión con la que los periodistas sudafricanos se referían a las continuas balaceras callejeras que debían presenciar. "El bang- bang hoy estuvo muy fuerte" o "necesito un trago porque vengo del bang-bang" eran frases típicas en las salas de redacción. El término se afianzó cuando la revista Living publicó un artículo sobre los fotógrafos más valientes del momento que tituló Los paparazzis del bang-bang. Como algunos de los protagonistas sintieron que la palabra paparazzi aminoraba su imagen de reporteros de guerra, los empezaron a llamar club. Al principio cualquier fotoperiodista del conflicto hacía parte de este, pero con el tiempo se redujo a los cuatro más populares. De hecho, Marinovich y Silva publicaron un libro con sus experiencias que titularon El Club del Bang-Bang.
El cuarteto compart
ía una pasión desbordada por la fotografía y creía que a través de ella podía aportar algo a su país. Carter, tal vez el más rebelde de todos, creció en un suburbio para blancos de Johannesburgo. Más de una vez contó que enfurecía cuando sus padres, "católicos y liberales", como los describía, callaban al ver que la policía maltrataba a los negros que vivían ilegalmente en su barrio. Oosterbroek, Marinovich y Silva también fueron criados con las injusticias de la época y vieron en la fotografía su forma de protestar.
Nunca paraban de disparar el obturador. Cuando Oosterbroek recibió el impacto que lo mató, Silva lo fotografió varias veces. También retrató a Marinovich herido de bala en el pecho. Aunque ha asegurado en más de una ocasión que se arrepiente de haberlo hecho, también ha afirmado que lo hizo porque a su amigo Ken le hubiera gustado verse en ese momento. Según cuenta su editor en The New York Times, Silva siguió tomando fotos incluso después de pisar la mina: "Es un artista del conflicto", reza el memorando que envió a todos los trabajadores del periódico.
"Vivir en medio del peligro era como una droga para ellos -dijo a esta revista Dan Krauss, director del documental La muerte de Kevin Carter, nominado al Óscar-. Esperaban que se acabara el 'apartheid' mientras tomaban fotos que cambiaban su vida y la de los sudafricanos. Por un lado, buscaban satisfacción personal y, por otro, perseguían algo más grande que ellos mismos". Krauss fue fotógrafo de prensa durante casi diez años y Carter era uno de sus ídolos. Por eso decidió explorar su personalidad, que considera "demasiado sensible" para alguien que debía lidiar en su día a día con matanzas, torturas y violaciones.


 Joao Silva

La foto más famosa de Carter es la de una niña sudanesa que, víctima de una desnutrición evidente, descansa en un peladero mientras la acecha un buitre. La imagen recibió en 1994 el codiciado Premio Pulitzer. El fotógrafo, de 33 años, fue entonces acusado de inhumano por haber tomado la imagen en vez de ayudar a la pequeña. Lo llamaron descorazonado, depredador y lo compararon con el ave de rapiña. El día que fue publicada, The New York Times recibió cientos de cartas de gente que quería saber qué había pasado con ella. En un hecho
inusual, el peri
ódico respondió con una nota en la que explicaba que la chica se había alejado del lugar caminando, pero que no conocía su destino final.
D
ías después de recibir el galardón, Carter parqueó su camioneta frente al río donde solía jugar cuando niño, pegó el extremo de una manguera al tubo de escape  y metió la otra punta por la ventanilla del copiloto. Se puso el walkman, apoyó la cabeza en un saco de dormir y murió envenenado por monóxido de carbono. "Estoy deprimido… Sin teléfono… dinero para la renta… dinero para mantener a mi hija… dinero para pagar las deudas… ¡dinero! -escribió en su carta de despedida-. Estoy embrujado por las vívidas memorias de matanzas y cuerpos y rabia y dolor…" 
"No creo que se haya suicidado solamente por la foto -opina Krauss-. Ken, su mejor amigo, había muerto poco antes en acción y él no había estado ahí para ayudarlo, pues había ido ese día a responder una entrevista por el Pulitzer; el 'apartheid' acababa y eso de cierta forma culminaba su misión; además estaban las acusaciones de que era un tipo sin compasión...". Philippa Garson, periodista sudafricana que trabajó con Carter en el diario Mail & Guardian, contó a SEMANA que lo vio desesperado la última vez que fue a su oficina. "Me contó que su vida era un desastre, consumía pipa blanca, una droga muy fuerte que te pone como estúpido, zombi. Le recomendé que fuera a un psicólogo y le di el teléfono. Siempre pensó que el premio que le dieron a él lo merecía Ken y que él merecía la bala".
Lo cierto es que el día que Oosterbroek falleció cambió por completo el destino del Club. No solo porque era el más admirado del grupo, sino porque muchos cuestionaron que arriesgaran su vida por una foto, y que prefirieran capturar una imagen antes que ayudar a la gente. "Tratas de mantener el riesgo al mínimo y las fotos al máximo -reflexiona Marinovich, quien recibió un Premio Pulitzer en 1991 por la fotografía de un hombre que fue quemado vivo-. Ayudamos muchas veces a la gente sin preocuparnos por las fotos. A veces se puede hacer las dos cosas: en un segundo puedes disparar docenas de imágenes y después, ayudar".
Según los reportes médicos, Silva, de 44 años, evoluciona favorablemente en un hospital alemán. Y aunque algunos de sus amigos y seguidores creen que llegó el final forzoso de su carrera, otros están seguros de que lo verán en unos años, con prótesis en las piernas, tomando fotos en la línea de fuego.


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